Por Eliana Vasquéz
En un país en que los derechos sociales básicos no están garantizados y son considerados como bienes de mercado, la situación socio-económica de muchos cultores suele ser precaria. Paradójicamente, el Estado posee políticas públicas de reconocimiento y puesta en valor de expresiones de patrimonio inmaterial y sus cultores, centrándose en su quehacer y relevando sus trayectorias de vida como parte de colectivos culturales valiosos en el cual invierte una no despreciable suma de dinero. Sin embargo los cultores solo son concebidos desde una lógica cultural que los descontextualiza de sus entramados sociales, los cuales suelen ser invisibilizados o idealizados desde una perspectiva que folcloriza lo marginal. Por este mismo motivo no hay datos duros oficiales sobre la situación de los cultores, ni siquiera de aquellos que han sido reconocidos desde la plataforma estatal. Lo que compartiremos aquí son perfiles trazados desde el trabajo territorial crítico al discurso ingenuo del patrimonio con el fin de abrir la discusión.
Muchos de los cultores que poseen algún reconocimiento oficial pertenecen a la tercera edad, a algún pueblo originario, viven en espacios rurales y en su mayoría son mujeres, cuatro variables que según el grado de combinación constituyen –lamentablemente- situaciones de vulnerabilidad social. El oficio que han desarrollado durante todas sus vidas suele generarse en el ámbito informal y de forma independiente por lo que contratos e imposiciones son inexistentes, lo que se traduce en inestabilidad en sus ingresos y carencia de un sistema de pensión para la vejez. Ahora bien, esta situación no representaría un problema en sí mismo sino fuera porque las lógicas de mercado en las cuales ofrecen sus productos o servicios han cambiado. Por ejemplo, una alfarera que vendía suficientes productos para poder mantenerse por una demanda de los mismos para uso cotidiano, hoy se ve restringida a las compras con fines decorativos o suntuosos pues los de necesidad son satisfechos con productos más baratos de plástico. La articulación con otros agentes para poder posicionar sus productos y saberes no siempre se logra y cuando se concretiza, no es necesariamente en buenos términos, por lo que es posible observar venta de artesanías a hoteles, tiendas turísticas o turistas por precios irrisorios que no se condicen con la experticia y energía invertidas o cultores compartiendo saberes, técnicas y prácticas en marcos que los desubjetivizan para provecho de otros.
Retomando las cuatro variables mencionadas anteriormente, los cultores no son ajenos a los problemas que otras personas con estas mismas características comparten. Enfermedades, abandono, aislamiento, despojo de tierras y violencia intrafamiliar son algunos de los problemas que enfrentan sin que su reconocimiento se corresponda con mayores herramientas para que posean una mejor calidad de vida. Y es eso lo que enrabia el alma: la hipocresía de las autoridades de entregar un premio con sonrisas para luego olvidar a estas personas que con su existencia enriquecen el patrimonio cultural humano.