Por Celia Cisternas U.
“Darle a entender a la gente que el zapato de cuero es tan preciado como un metal valioso, quizá como el animal vivo. No me gustaría que la piel que pasó mucho tiempo en un animal, sea algo desechable y se vaya a la basura de una. Es algo que hay que saber reutilizar, no botar… El cuero es de muy larga vida. Eso me gustaría transmitir a la sociedad: si se puede reutilizar, hágalo”.
En la época de lo desechable, cuando algo se estropea la alternativa de la mayoría es cambiarlo por algo nuevo. Pero si tus zapatos regalones de cuero están deteriorados, o una cartera o un cinturón, el cierre y ruedas de alguna maleta, hay gente como Adolfo Llaitul que se dedica a extender la vida útil de estos objetos de material grueso. También ensancha calzado, cambia forros de tacos, tapillas, medias plantas, suelas, parches, costuras, manillas.
Su local, una pequeña reparadora de calzado y artículos de cuero, está ubicado en Santiago en un pequeño callejón colindante a Avenida Ricardo Lyon, comuna de Providencia.
Se define a sí mismo como un pequeño emprendedor que busca “mejorar la calidad de vida, pero haciendo lo que a mí me gusta”. Antes de llegar a los zapatos, se dedicó también a otros trabajos manuales como la soldadura y los tatuajes. Dice que para poder aprender el oficio solo basta el gusto por el arte y la manualidad.
Todo comenzó cuando a sus 21 años, Adolfo (ahora de 31), buscó trabajo, el que necesitaba con suma urgencia porque iba a ser padre. Un tío, zapatero reparador del barrio Victoria, lo alentó a transformarse en su ayudante.
Partiendo de cero en el oficio, comenzó desarmando zapatos para reparar: “veía zapatos y sacaba y sacaba… Sacando tapilla, sacando plantas, o sea puro trabajo de fuerza. Había de todo, zapato nuevo, zapato hecho a mano, zapato plástico”.
“El círculo en el que caí yo era un círculo de puros maestros, no había ayudantes, solamente yo, me aceptaron por mi tío”.
Además de él, Adolfo tuvo la oportunidad de aprender de varios maestros zapateros, muchos de ellos peruanos del mismo barrio Victoria. Una muestra de que los oficios y su conocimiento van circulando, expandiéndose y retroalimentándose gracias a quienes migran y que permiten que otros puedan aprender de ellos.
“Ahí tú te mandai condoros, no sé, echabas a perder zapatos, tenías que arreglarlo. Era un círculo como chistoso”.
Esos maestros le enseñaron a armar zapatos, clavar tacos y los detalles de cada reparación. Los arreglos que puede necesitar cada zapato son diversos y requieren de un alto nivel de dedicación y destreza para que el calzado recupere su durabilidad.
Adolfo reflexiona que lo más difícil de su oficio es el dolor. “Estás muy al límite de los cuchillos, te cortan los dedos, te vas a cortar siempre. Me corté los dedos muchas veces, a pesar de que existían dedales, me acostumbré a trabajar sin cosas en las manos. Cuando agarras la técnica ya es difícil que te cortes, pero es un trabajo peligroso, por los cuchillos, destornilladores. Yo tengo varios cortes”.
Pasados unos dos años, vinieron a ofrecerle trabajo como maestro en un local cercano al metro Manquehue. “Pero era inexperto… Primera vez que trabaja apatronado y estaba saturado, saturado”. Después de unos años circuló por diferentes reparadoras, no siempre todas las experiencias fueron buenas, pero confiesa que gracias a eso pudo ganar destreza y conocimiento.
Todo eso, hasta que llegó a la reparadora en que está actualmente, sus antiguos dueños le dieron la oportunidad de continuar con su negocio de calzado.
“Cuando yo llegué para acá, me acuerdo que me miraron y me dijeron “¿tú eres el maestro?” Yo le dije, así dicen.”
Esta cita hace referencia a la edad de Adolfo, el círculo de los zapateros suele estar compuesto en su mayoría por hombres mayores; que una persona más joven llegara al oficio, no dejaba de llamar la atención.
“Cuando la gente venía para acá, el público, me veía a mí y veía a Don Pato (antiguo dueño del local), decían “su ayudante”, él sacaba pecho porque igual los trabajos salen bien, no salen feos”
Con el pasar de algunos años le ofrecieron la reparadora, le costó decidirse hasta que escuchó que otra persona tenía intenciones de comprarla. Antes de efectuar la posesión formal del lugar, de igual forma tuvo que hacerse cargo de éste por enfermedad del antiguo dueño, el destino lo fue preparando dice Adolfo, preparando para hacerse cargo.
Ahora ya en su propio espacio, incluso cuenta con un aprendiz que le ayuda en sus trabajos.
Al mismo tiempo llega a la conclusión de que uno de los desafíos constantes de dedicarse a la reparación de calzado es “darle en el gusto” al cliente y que éste quede satisfecho, entender: “tienes que saber pensar, usar la habilidad de la destreza, la creatividad tiene que explotar aquí”. Por lo tanto, se está constantemente aprendiendo. Incluso “si de un día para otro llega a acabarse el cuero, por un lado voy a estar feliz y voy a tener que modernizarme y adaptarme”.
Puedes encontrar a Adolfo en su reparadora de calzado en Ricardo Lyon 146, local 6. Y puedes ver y consultar por su trabajo en sus redes sociales, Instagram y Facebook