Cuántos más tienen que caer para que entendamos que si no nos involucramos profunda y seriamente en la resolución de estas injusticias históricas esto seguirá sucediendo. Cuándo vamos a entender que si guardamos silencio nos volvemos cómplices, una vez más, del accionar genocida del Estado. Los hechos se vuelven dolorosos, se asesinó nuevamente a sangre fría, sin dudarlo y percutando el disparo a menos de tres metros, ¿realmente nos interpela?, ¿nos duele el cuerpo?, ¿logramos sentir la desesperación de un pueblo oprimido?, ¿logramos hacer nuestra su liberación?, ¿realmente creemos que estamos fuera de esto?, ¿acaso no pertenecemos también a un pueblo violentado, mutilado y oprimido?, ¿qué estamos haciendo para que nuestros espacios de acción, de quehacer, se transformen en un accionar que se entregue a nuestra propia liberación?, ¿cuánto nos hemos dedicado a entender por qué ocurren estas situaciones?, ¿cómo abordamos lo acontecido desde nuestras realidades cotidianas e íntimas?, ¿cuánto nos duele realmente la muerte de compañeros que están luchando contra el gran capital?
Es necesario hacernos cargo de entender y analizar el contexto sociopolítico e histórico de la causa Mapuche, entender el posicionamiento de las forestales en el territorio y cómo se han dado los procesos de reivindicación y recuperación territorial. Las empresas forestales están siendo custodiadas por carabineros y por guardias privados, protegen en nombre de Chile los intereses del capital. El Estado y las forestales se niegan a la devolución de los predios y siguen explotando el territorio generando un alto impacto medioambiental, destruyendo la enorme biodiversidad que existió durante miles de años en el Wallmapu y que las comunidades en resistencia han resguardado con tenacidad y convicción. Las tierras mapuche deben ser devueltas, las forestales deben salir del territorio terminando el genocida negocio forestal que ha avalado el Estado desde la Dictadura Cívico Militar.
La causa Mapuche se presta tan rápido para miradas culturalistas, las que se acomodan fácilmente -por ejemplo- en la asunción de una presidencia en la Convención Constituyente, admirando las expresiones culturales de un pueblo, sus símbolos y lengua desde posturas folklorizantes que no solo generan desconfianza, sino también nos invita a preguntarnos ¿cuánto realmente comprendemos de las tensiones históricas que ocurren en Wallmapu? No se puede olvidar que a ese mismo pueblo se le sigue matando. La Araucanía es un territorio militarizado, existe un genocidio que no ha cesado hasta nuestros días y que ha sido perpetuado durante los últimos años por aquellxs que hoy se llaman progresistas y buscan la transformación social. Las palabras y los discursos dan para mucho, son las acciones las que realmente harán los cambios por los que estamos luchando.
Apoyar procesos de reivindicación territorial y autonomía de los pueblos que han sido oprimidos históricamente es cuestión inevitable para quienes se reconozcan anticapitalistas y anticoloniales. Las cosas no son meras banderas o poleras que llevamos para andar a la moda en la última marcha, son acciones concretas que realizamos, son revisiones profundas de nosotrxs mismxs, nuestros entornos y las iniciativas a las que les entregamos nuestra energía. Levantar la bandera mapuche, es levantar la bandera de la autonomía de los pueblos, es mirar el problema con perspectiva histórica y entender que es una cuestión territorial.
Lo dijimos cuando asesinaron a Camilo Catrillanca, y lo volvemos a repetir hoy: es un hecho que nuestro trabajo está íntimamente ligado con el Pueblo Mapuche, la gran mayoría de los oficios que se realizan en el territorio que habitamos tienen una raíz indígena. Visibilizar ese legado, descolonizar dichas prácticas y objetos, ha sido uno de nuestros objetivos profundos. Cada una de nuestras acciones tiene una reflexión anticolonial que pretende, con el respeto y cuidado que merecen, situar las prácticas y técnicas en las manos y cuerpos que las han resguardado y resignificado con porfía, resistiendo por cientos de años.
Repetimos, los saberes y prácticas con los que nos hemos encontrado a lo largo de nuestro quehacer no son solo algo estético, tienen una dimensión política; no son sólo técnicas a repetir, son parte de una cultura que se ha visto cercada, fracturada y perseguida por políticas de un Estado que ha criminalizado la legítima lucha de un Pueblo por su autonomía y recuperación territorial. Por tanto, volvemos a insistir, de nada sirven proyectos culturales que recuperen recursos del estado y políticas públicas que “rescaten” y “salvaguarden” el patrimonio cultural de los pueblos originarios si, al mismo tiempo, se les persigue de manera sistemática por pertenecer a dichos pueblos y reivindicar justamente los territorios que les fueron usurpados.
Es necesario entender de una vez que no son cosas separadas; la vida es la vida, lo que comemos, por donde caminamos, lo que hacemos al despertarnos y la tierra que protegemos son parte de nuestras culturas; las que tenemos todo el derecho de resguardar y reivindicar ante quienes por todos los medios -desde la educación a la militarización- las han querido extintas y expuestas en una vitrina de museo.