Celia Cisternas U.
Natalia Cabezas es tejedora, conocida también por su alter ego Primitiva Kutri de Tejidos Subversivos, título que le ha dado a las redes sociales donde difunde su trabajo. En medio de la creación de un lienzo tejido y bordado en conmemoración de la matanza de 41 niñas en Guatemala, nos contó acerca de su historia como tejedora, sobre su sentir y pasión por enseñar y cómo su trabajo se vuelve medio de expresión y protesta frente a temas sociales y políticos.
La tejedora subversiva
Siendo una niña de 8 años aprendió lo básico del tejido en el colegio. En ese entonces vivía en un barrio de la comuna de Pedro Aguirre Cerda. En su familia no tejían y tampoco apoyaban su entusiasmo por ello, pero Natalia nunca dejó de creer en la felicidad que le daba tramar las lanas en todas las formas y extensiones que aprendía.
“En mi familia no me enseñaban, y no les motivaba que yo tejiera o bordara, no había apoyo, nadie me compraba los materiales, juntaba la mesada e iba al almacén del barrio, compraba ovillos de lana”.
Retrato de Natalia Cabezas. Foto por Celia Cisternas.
Era una niña que había encontrado su potencial creador. Aferrándose a ello, fue autodidacta y con nada más que su propia motivación, entre los 10 y los 12 años acudía, en algunas ocasiones, a los grupos de ancianas del sector que se juntaban a tejer. Resolvía sus dudas puntuales y técnicas con ellas: “en el barrio buscaba la sabiduría de todas las personas que me pudieran enseñar”. Sin embargo, relata que gran parte del oficio comenzó a aprenderlo y desarrollarlo en solitario. Descubrió que en las ferias libres vendían revistas de tejidos y comenzó a guiarse por esa información. Tejer se transformó en su refugio, una actividad de contemplación consigo misma, en los trayectos, en su habitación. Una suerte de terapia, desde su infancia hasta ahora. Para ella siempre fue algo más que unir puntos.
Comenzó a fabricar su propia ropa. Siendo menor encontró autonomía a través de eso, se dio cuenta que con sus manos podía crear piezas de utilidad. Incluso hoy en día muchas de las cosas de su casa son tejidas; lámparas, alfombras, cubrecamas, cortinas, la ropa de sus hijas. Cuenta que gracias a eso siempre ha llamado la atención de los demás, muchas veces la pararon en la calle o en la micro para preguntarle por sus atuendos. “Quería hacer mis bolsos, mis gorros, mi ropa… Siempre estaba cosiendo, modificando ropa… Hubo un tiempo en que hacía y regalaba mis tejidos, después empecé a venderlos, tejí encargos, cuando no tenía plata me caían mis luquitas. Siempre lo vi como una forma de generar economía” .
Tejer, enseñar
Natalia creció y mientras tejía su vida fue transcurriendo, se convirtió en una joven madre a los 17 años. Sus lanas, palillos y crochet estaban ahí, para acompañarla en sus penas, en su felicidad y en sus sueños. Quiso entrar a la educación superior, su anhelo era cursar estudios de arte o diseño, algo en sintonía con su oficio. Relata que terminó estudiando pedagogía en lenguaje “a la fuerza”. Solo duró un par de años, pues esa no era su pasión. Y pronto descubrió que las formas de trabajo convencional tampoco se ajustaban a ella.
“No va con mi espíritu trabajar para otro, en un negocio, una fábrica. Cuando nació mi hija mayor, para compatibilizar la crianza y mi don, como le denomino yo, en los textiles, decidí vivir de esto y quise enseñar”.
Su habilidad era algo que creía debía compartir con los demás. De este modo, comenzó a enseñar a niñas, niños, jóvenes, mujeres, hombres, la mayoría de las veces sin retribución económica. No obstante, la tejedora comenzó a darse cuenta de que enseñar su oficio cambiaba realidades. Empezó formando un grupo de tejido dirigido a mujeres en la población Legua Emergencia, pronto la contactó el municipio para que capacitara a más mujeres. También abrió un taller de tejido con niños en la población Ezequiel de Ñuñoa. De esta forma Natalia continuó con su labor levantando espacios comunitarios en torno al tejido.
“Esas cabras en unos años más van a estar comprando droga, todas embarazadas. Y dije “no”, las agarré y les dije: “Chiquillas ¿saben tejer?”. Me miraron espantadas: “No, parece que mi abuela teje”. Les dije: “Oye, si tejer es bakán”. Les pregunté si les gustaba mi chaleco. “Súper lindo”, “yo lo hice. Igual me hacía las polainas y los cintillos para el colegio”. Y todas “ohh”. Empezaron ahí las niñas”.
“En ese taller había niñas y niños, adolescentes, abuelitas y gente joven… Después los cabros chicos no querían plata para comprar cigarros, querían plata para comprar lanas”.
Reflexionando acerca de su rol como transmisora, se da cuenta de que así como se tejen fibras, se tejen relaciones. Las instancias de enseñanza han permitido que la gente se conozca entre sí: “Junto a la gente, las presento, genero como un entramado social y humano, más que solo tejer fibras, hilos y lanas”.
Grupo de mujeres tejiendo y bordando lienzo en conmemoración a las 41 niñas asesinadas en Guatemala. Actividad organizada por Museo del Mundo y Tejidos Subversivos. Natalia al costado derecho. Foto por Celia Cisternas.
Además de enseñar la técnica en grupos e iniciativas externas, Natalia también ha llevado a cabo la enseñanza en su círculo de amigas y a sus propias pequeñas: “Mis hijas ven que les tejo sus disfraces, collares, su ropa. Ellas ven que es un súper poder igual”. Ahí es cuando una de ellas comenta: “No sé hacerme ropa pero le hago ropa a mi Barbie”.
Tejer, manifestar
Más que simples prendas de vestir o adornos, Natalia se dio cuenta de que sus piezas podían transformarse en su herramienta performática. Así es como a sus 28 años nace Primitiva Kutri, su alter ego a través del cual expresa su posición y opinión respecto a temas relacionados con el feminismo y también con el medio ambiente, un cuestionamiento al sistema social en el que vivimos. Primitiva además hace un llamado a volver al origen, a los oficios tradicionales, al cuidado de la tierra.
“Comenzó cuando empezamos a tener conversaciones reflexivas con las niñas (sus hijas), en torno a nuestros derechos, feminismo puntualmente. Y empezamos a cuestionarnos muchas cosas y así empezamos a inventar arte, para educarlas a ellas en feminismo… Y de las cosas que nos iban violentando en nuestro cotidiano y como nos violentaban a nosotras, nos violentaban a todas las mujeres”.
Primitiva (bautizada así en honor a su abuela) urde su parecer respecto a la maternidad, la contaminación, las matanzas, las injusticias, los estereotipos de género. Creó su traje, cada pieza hace muy visible lo que se ha mantenido como tabú o lo que aún genera cierto grado de polémica o incomodidad dentro de nuestra sociedad; la sexualidad femenina, el amamantamiento en lugares públicos, los cánones de belleza femeninos lampiños, el sufrimiento ambiental. Tejer es su oficio, pero no solo entendido como la creación de piezas textiles, tejer es su acto político.
Primitiva Kutri. Foto por Marcela Anabalón.
“No permito que se me transgreda en nada, desde subirme a la micro, en nada. Siempre estoy así como exigiendo. Tengo un origen combativo y subversivo, nací en un lugar donde mucha gente fue perseguida y asesinada, siempre ha estado esa cosa política”.
A medida de que Primitiva se manifestaba, los demás a su alrededor la señalaban como artista, aunque ella se autodenomina como artesana. Dice no entender la lógica del arte convencional, confiesa nunca haber ido a museos cuando pequeña y menos a galerías de arte: “No entiendo el arte así, yo lo entiendo en la calle, así lo vi y aprendí”. A pesar de ello, siempre recibe invitaciones de festivales, proyectos y convocatorias en donde puede mostrar su trabajo, algunos de ellos no exentos de polémica: cuenta que la han bajado del escenario en medio de su performance.
“Yo no sabía que hacía arte. Cuando mi hija amamantaba no quería que la gente lo viera como algo asqueroso… Las cosas que me han ido molestando yo las he transformado”.
Hace la acotación de que su única ambición es transmitir un mensaje certero y directo, sin la intención de ser denominada como artista, ni de ganar likes en sus redes sociales. Relata que todo fluyó espontáneamente: “No tiene ambición más que comunicar un mensaje que pueda llegar a todas las personas, por eso son casi siempre en la calle las acciones”.
Primitiva en sus manifestaciones, teniendo siempre el tejido como su soporte performático. Fotos por Cristian Rojas y Marcela Anabalón.
“Yo quiero tejer toda mi vida mi autonomía”.
Teje a crochet y palillo, mostacillas con telar y telar mapuche en proceso de aprendizaje, y está pronta a empezar clases de alfarería con una experta en el tema. También tiene deseos de aprender el telar andino de cintura. Le llaman la atención las prácticas ancestrales: “es como volver un poco a lo antiguo”. Le gustaría hacer talleres en las cárceles, acercar el arte a lugares donde no llega, principalmente lugares marginales. Actualmente se encuentra creando un círculo de tejido feminista en un espacio recuperado (por el Centro Ecológico Intercultural [Centro Ecoin]) del litoral central en donde habita, bautizado como Humedal La Rana.
“Yo quiero tejer toda mi vida mi autonomía. Todas las injusticias del mundo me gustaría tejerlas y bordarlas. Me gustaría viajar por todo el mundo aprendiendo a tejer y enseñando a tejer en distintas culturas del mundo, ese es mi sueño.”
Natalia está convencida de que su habilidad y conocimiento es al mismo tiempo una responsabilidad. Tejer es una habilidad de vida.
“Autonomía, para que la gente no compre, recicle y que haga… Que los niños y niñas aprendan. Hay que recuperar la sabiduría de las abuelas, rescatar su conocimiento”.
Para ver e interiorizarte más sobre el trabajo de esta artesana, puedes visitar sus redes sociales: Instagram y Facebook.
Natalia en un taller de tejido que tenía por objetivo la creación de un lienzo conmemorativo. No todas las asistentes sabían tejer, pero todas terminaron aprendiendo lo básico. Actividad organizada por Tejidos subversivos y Museo del Mundo. Foto por Celia Cisternas.