Sergio Grez Toso: Reflexiones sobre el oficio

Como organización queremos expandir la reflexión en torno al significado e importancia del oficio, y en este marco quisimos invitar a un grupo de personas de diferentes disciplinas a que compartieran con nosotros una reflexión personal acerca de su visión del significado de su oficio y la importancia que ha tenido para cada uno de ellos su cultivo, ya sea como fuente de trabajo o afición. Esta semana tenemos como invitado a Sergio Grez Toso, Dr. en Historia. A continuación su reflexión:

 

LA HISTORIA COMO OFICIO

Aunque según las definiciones de diccionario, la palabra oficio, del latín officĭum, designa a aquellas actividades laborales habituales que requieren ciertas habilidades manuales -las “artes mecánicas”- o despliegue de esfuerzo físico, su uso se ha extendido a algunas profesiones universitarias cuyos integrantes la han adoptado sin mayores miramientos, incluso, a veces, con deleite, en la definición de su propio quehacer laboral.

Este es el caso de la disciplina histórica.

Es sabido que la Historia, entendida como campo de estudios sistemáticos sobre el devenir de las sociedades humanas a través del tiempo, fue practicada desde la Antigüedad y hasta muy avanzada la Época Contemporánea, por filósofos, políticos, literatos, sacerdotes, juristas, altos jefes militares y otros personajes cuyas preocupaciones ideológicas o políticas los llevaron, ocasionalmente, a incursionar en el estudio del pasado de la humanidad.

La profesionalización de la historiografía y su independencia de otras disciplinas -como la Filosofía o la Literatura- es un fenómeno relativamente reciente, cuya data de nacimiento se sitúa en las sociedades occidentales en la segunda mitad del siglo XIX. Solo a partir de entonces, la disciplina de la Historia adquirió, progresivamente, autonomía respecto de otros campos del conocimiento, forjando sus propios instrumentos, reglas y procedimientos, a la par que avanzaba su profesionalización, siempre en estrecha relación con la consolidación de los modernos estados nacionales que, de manera mucho más sistemática que lo operado hasta entonces por las distintas formas de Estado que ha conocido la humanidad, dotaron a la historiografía de algunos de los elementos que le permitirían convertirse en un área de estudios claramente definida. Desde entonces, el desarrollo y profesionalización de la disciplina de la Historia avanzaría, definitivamente, con total independencia respecto de los saberes que hasta el momento la habían tutelado. Paulatinamente, los cultores del conocimiento histórico -los historiadores- dejaron de ser aficionados que en sus tiempos libres se dedicaban a investigar o escribir la Historia casi como un hobby, convirtiéndose en profesionales a tiempo completo, consagrados plenamente al estudio, investigación, escritura y enseñanza de su materia en universidades y otras instituciones. Ser historiador o historiadora se convirtió en una profesión universitaria de cierto prestigio que, tendería a cada vez mayores niveles de especialización, de sofisticación y de fraccionamiento en una infinidad de especializaciones y subespecializaciones, en un proceso siempre inacabado.

Simultáneamente, la institucionalización de la Historia, la conquista de un objeto y de un método específico de estudio, la elaboración de un sistema de valores colectivos, contribuyeron poderosamente a crear en los historiadores un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad profesional[1].

De manera algo paradójica, a medida que la historiografía se profesionalizaba, se fue difundiendo el término “oficio” para designar su savoir faire. ¿Por qué ocurrió este curioso fenómeno? ¿Por qué una actividad cada vez más profesional y académica, terminaría emparentada de modo retórico a los oficios o “artes mecánicas”?

Enunciaré una explicación posible, a título meramente especulativo.

Cabe destacar que el ejercicio de la profesión de historiador(a) se ha caracterizado por una práctica de marcado individualismo: quienes cultivamos este género trabajamos generalmente solos, aunque asistidos corrientemente por ayudantes, produciendo obras que, por definición, deben ser únicas, “originales”, irrepetibles. Nuestra faena se asemeja en este aspecto a la de los artesanos, en las antípodas de la producción en serie, uniforme, de tipo industrial. La mera obtención de un grado académico no convierte a nadie en historiador o historiadora, solo la demostración práctica del buen ejercicio del “oficio”, permite alcanzar el reconocimiento de los pares y, también de la sociedad. Ciertamente, abordamos nuestros objetos de estudio utilizando instrumentos, técnicas y procedimientos que son creaciones colectivas, normas “científicas” que permiten situar nuestra actividad en el campo de las “profesiones”, del mismo modo que la de ingenieros, médicos, sociólogos o economistas. Sin embargo, el aspecto de “ciencia social” de la labor historiográfica conlleva siempre una dimensión “humanista” y, en algunos casos, también “artística”. Puesto que la Historia debe ser recreada mediante un relato que exige condiciones de validación, la historiografía adopta, necesariamente, ciertas características de disciplina literaria. De este modo, Ciencias Sociales y Humanidades se entrelazan en la labor del historiador. “Profesión” y “oficio” se entretejen y confunden. Esta puede ser una de las causas que han llevado a muchos historiadores e historiadoras a denominar, con fruición, “oficio” a su actividad profesional.

Ya sea como profesión u oficio, el estudio sistemático de la Historia conforme a reglas, técnicas y procedimientos disciplinarios, supone -desde mi punto de vista- una responsabilidad social de parte de sus cultores. ¿Qué investigar? ¿Para quiénes investigar?, ¿Qué lenguajes y formatos utilizar para comunicar los resultados de estas investigaciones?, son solo algunas de las disyuntivas que deben resolver quienes pretendan servir con provecho a Clío, la musa inspiradora o “Santa Patrona” de esta cofradía artesanal.

 


Sergio Grez Toso es un reconocido historiador chileno, Licenciado en Historia  en 1980) y Magíster en Historia en 1982 por la Université de Paris VIII.  Obtuvo en 1990 el doctorado en Historia en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris. Su área de interés es la Historia de los movimientos populares en Chile. Dentro de sus libros más destacados podemos mencionar: Historia del Comunismo en Chile. La era de Recabarren (1912-1924), Santiago, LOM Ediciones, 2011. y Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile., 1893-1915, Santiago, LOM Ediciones, 2007.

[1] Gérard Noiriel, Sur la crise de l’histoire, Paris, Folio Historie, 2005, pág. 382.

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