Para uno, para tres obreros de mi tierra siquiera, yo he copiado estas palabras que se quiebran en resplandores.
Yo he buscado durante estos dos años las lecturas populares de Francia, Bélgica y Suiza, a la vez que he andado mirando los oficios, revistas y libros destinados a los obreros. (Porque lo que yo admiro y amo en Francia y Bélgica es el artesano, estimándole a Suiza el campesino sobre el artesano).
Pero en toda esta literatura para obreros yo no he tenido la suerte de encontrar sino páginas mediocres a lo Marden, tontamente exitistas, espolonazos para hacer buen mercado y disfrutar la buena paga.
Excepción hecha de un Pierre Hamp, con su serie formidable de novelas que él llama “El trabajo de los hombres”, y de algunos acápites del admirable ensayista Alain, el resto es absolutamente inferior.
Algunas son páginas de maestros de escuelas con buena voluntad tan insulsas como lo que casi siempre hemos escrito los del gremio didáctico; las restantes más decorosas, hablan del oficio en pura atingencia física donde el alma y la emoción sobran y cualquier desembocadura del espíritu en lo que las manos hacen, es imposible.
¿Fue siempre el obrero una máquina desgraciada de cortar suelas de zapatos? ¿Entonces resulta pura fantasmagoría y pujo sentimental, el comentario que un Ruskin y otros han escrito sobre la artesanía, atribuyendo al autor del objeto hermoso alguna conciencia dichosa de lo que hace, algún gozo separado del salario, en su éxito sobre el cuero y la madera? ¿El trabajo manual sería, como afirmamos algunos de los vanidosos que garrapateamos sobre el papel, ejercicio corporal absoluto, como el del mulo en la noria, sin ninguna complicidad con el espíritu y el artesanato no tendría sino dos tramos de delicadeza sobre el aseo de las alcantarillas? Ruskin, la más noble mente que se ha ocupado del trabajo, interpretó este grande asunto de manera bien diferente. A mí se me vuelve absurdo que durante seis, ocho o doce horas el hombre pueda vivir sin una rizadura sobrenatural, con el alma colgada en un saco del que no la tomaría sino al caer el sol.
-El alma es incómoda para el peón y aun -me decía un amigo- para el artesano. ¿Qué haría con ella en algunas faenas que son inmundas, si hasta le estorban el olfato y el tacto?
-Pero el alma -le contestaba yo- no se cierra como una llave de agua, ni se la despide para trabajar como a una suegra molesta. Sólo porque ella está entrabada prodigiosamente con cuanto hacemos -hermosura o inmundicia- el trabajo es un asunto importante. A causa de que hoy formamos obreros a base de pura destreza de la mano o agilidad de los lomos, la artesanía, de la cosa digna que fue en la Edad Media, quiere acabar en una estúpida cuadrilla de caballos diestros. Por hacer del obrero una tuerca sobre una tuerca se ha caído en la división, a veces infame y a veces estúpida, de los trabajadores en manuales e intelectuales.
-¿Cómo puede el obrero que posee alguna religiosidad conformarse con dejar afuera de su trabajo su imaginación, sus amores, su moral, las excelencias de sí mismo? No lo hacía así en la Edad Media (la Edad de las Tinieblas que siguen diciendo algunos profesores zurdos) y porque el espolón de su alma atravesaba su obra, porque trabajaba en cristiano, asistido de sus imágenes piadosas, de su suavidad y de su ardor religiosos, él pudo hallar las piedras y hacer la vidriería y la ebanistería estupendas que los obreros de este tiempo copian y copian todavía. Y si el obrero pagano hizo también objetos para todas las generaciones, fue porque trabajó como el otro, incorporando a sus materiales su superstición, que era su religión. El vaso etrusco con su franja de trabajos de Hércules o de chacotas de Venus, fue obra religiosa a su manera, pero religiosa al cabo.
Todavía los pobres marroquíes y los chinos mantienen el concepto del trabajo antiguo. En la Marsella semi-africana me doy largamente el gusto de ir a sus mercados, y recuperar por una hora siquiera, la actividad manual no barbarizada, el trabajo verdaderamente culto (¡oh, Massis, desdeñador banal del Asia religiosa!) en el que el alma aparece como socia y la pasión, de visible casi se palpa.
Si en ningún libro europeo de lectura para obreros yo he encontrado una sola página en que el trabajo sea sentido e indicado -como presión del espíritu en las palmas de las manos, he vuelto a gozar, en cambio, en un libro de Khalil Gibran, el oriental de New York, el trozo que copio:
“¿Y qué es trabajar con amor?
“Es tejer la tela con hilos sacados de nuestro corazón, como si vuestra amada debiera cubrirse con esa tela”.
“Es construir una casa con amor, como si vuestra amada debiera habitar esa casa”.
“Es sembrar con ternura v cosechar con gozo como si vuestro amado debiera comer esos frutos”.
“Es infundir en cada cosa que hagáis un soplo de vuestro propio espíritu y saber que todos los muertos benditos están en torno vuestro y os miran”.
“A menudo os he oído decir como quien habla en el sueño¿ “El que trabaja el mármol y encuentra la forma de su alma en la piedra, es más noble que el que trabaja, la gleba”.
“Y aquel que coge el arco iris y lo extiende sobre la tela en la imagen del hombre, es más grande que el que trabaja las sandalias para nuestros pies”.
“Pero yo os digo no en el sueño, sino en el mediodía, despierto, que el viento no habla más dulcemente a la encina gigante que a la más pequeña brizna de hierba;
y que sólo es grande el que vuelve la voz del viento una canción más dulce con la fuerza de su amor”.
“El trabajo es el amor vuelto visible. Sí trabajáis con aversión y no sabéis trabajar -con amor, dejad vuestra labor e id a sentaros a las puertas del templo para recibir la limosna de los que trabajan con amor”.
“Porque si hacéis el pan con indiferencia hacéis un pan amargo que no apacigua sino a medias el hambre del hombre y si os contraría la exprimidura del racimo, vuestra contrariedad destila en el vino un veneno”.
“Y si cantáis como los ángeles y no amáis el canto, cerráis los oídos de los hombres a las voces del día y a las voces de la noche”.
Esto era lo que yo buscaba. Tenía que ser un escritor con resabio asiático el que, metido en su infierno de manufactura moderna, recordase el concepto religioso del trabajo y escribiese esto para corregir a los bárbaros verdaderos su concepto animal de las artesanías actuales.
Para uno, para tres obreros de mi tierra siquiera, yo he copiado estas palabras que se quiebran en resplandores.
Gabriela Mistral
Pertuis, agosto de 1927